“Me encuentro mal emocionalmente y no sé qué me pasa” “¿Por qué me preocupo tanto?”

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¿Cuántas veces te has quedado “enganchado” a un pensamiento o emoción y has dejado que sean estos quienes controlan lo que haces?

La rumia (preocupación excesiva) es precisamente eso, cuando nos quedamos “enganchados” a un pensamiento o emoción. Puede aparecer tras un suceso determinado (recordándolo) o simplemente proyectándonos en el futuro ante un suceso.

¿Qué consecuencias tiene?

Proyectarnos en el futuro y recordar lo que pasó es algo normal en las personas (somos seres verbales) e incluso positivo porque, en ocasiones, aprendemos y nos prepara para futuros sucesos. Es decir, la estrategia puede resultar efectiva para resolver ciertos problemas.

Pero también tiene su lado negativo, de hecho, la rumia es común en la mayoría de los trastornos psicológicos (aunque cambie el contenido de la rumia, el proceso es muy similar). Estudios científicos demuestran que la rumia no resulta efectiva para reducir el malestar psicológico, sino que lo aumenta. Quedarnos “enganchados” a pensamientos puede aumentar el sufrimiento, la tristeza, la frustración, … por situaciones que incluso ni han ocurrido todavía o ya han pasado. Pero lo peor no es este aumento de malestar momentáneo. El problema es cuando se expande a áreas valiosas para la persona y empezamos a evitar situaciones sin enfrentarnos a ellas o bien, gastar toda nuestra energía en solucionar nuestra preocupación y reducir así el malestar. A corto plazo nos sentimos mejor, pero es una solución momentánea. A largo plazo empezamos a dejar de perseguir nuestros objetivos, metas y dejar de disfrutar del día a día debido a “tener la cabeza” en estas preocupaciones que intentamos, de forma persistente, solucionarlas o “eliminarlas”. Además, en la mayoría de las ocasiones, rumiamos por cosas que ni siquiera están bajo nuestro control.

Llegados a este punto, hay una mala y una buena noticia. La mala es que, tal y como reportan multitud de estudios científicos, los pensamientos no se pueden eliminar, al menos para siempre. Incluso en la mayoría de los casos, tiene un efecto “boomerang”, pudiendo volver con mayor intensidad. Prueba de ello es lo que el psicólogo social Daniel Wegner llamó mecanismo de control mental irónico bimodal por el efecto que supuso el famoso experimento “no pienses en un oso polar blanco” (*Al final propongo un pequeño ejercicio). Pero, por suerte, esta forma de relacionarse con los pensamientos (rumiar) y quedar enganchado es modificable y entrenable. Por entrar un poco en contexto, la forma en que aprendemos a relacionarnos con los pensamientos y la forma en la que los evitamos, se construye en la historia de aprendizaje del individuo (un tema muy interesante que da para uno o varios posts más…). Esto abre un abanico de posibilidades en la vida de cada persona. Con paciencia, trabajo, ganas y cariño se puede entrenar una forma más saludable de relacionarse con los pensamientos y sentimientos y, por ende, dedicar todo tu tiempo y energía a “cultivar” las áreas importantes de tu vida.

Seguramente, en este punto te estarás preguntando cómo dejar de rumiar o tener preocupaciones constantemente. Es importante conocer que es un proceso lento y que requiere algo de esfuerzo, pero da sus resultados. Algunos tips para empezar:

  • Aceptar las situaciones que no tenemos bajo nuestro control.
  • Tomar conciencia de nuestras emociones y sensaciones.
  • Aceptar nuestras emociones y sensaciones. En menor o mayor medida, siempre estarán ahí. No te culpes por ello.
  • Visualizar los pensamientos, emociones y sensaciones como una parte de ti, que van y vienen, y no como TU al completo y algo inamovible.
  • “Girar” la atención y tomar acción hacia metas de valor personal (no sociales).
  • y, repito, no olvides que los pensamientos y emociones nunca podremos eliminarlos de forma definitiva, por lo que no esperes para armarte de valor y tomar el control de tu vida.

Conclusión: paradójicamente, la estrategia de pensar excesivamente, eliminar o evitar pensamientos y emociones, con el fin de no sentir malestar, en la gran mayoría de los casos, resulta contraproducente para solucionar un problema psicológico. El malestar baja por un tiempo, pero tiende a volver con más fuerza, se prolonga en el tiempo y se expande el sufrimiento a otras áreas importantes, dado que se abandonan acciones de significado, de crecimiento y de satisfacción personal. Esto lleva a que la persona aumente su preocupación y rumie más por las “pérdidas” que va acumulando.

*Te propongo que experimentes por ti mismo el ejercicio y lo realices. En situaciones normales, todos conseguimos los mismos resultados. Son dos partes que hay que realizar por separado. Antes de pasar al punto dos (2), haz el primero (1):

(1) Ponte de pie en una sala donde tengas espacio para andar y, durante uno o dos minutos, camina por la sala con una sola misión ¡NO PENSAR EN UN OSO BLANCO! Imagina que tu objetivo es recorrer distancia (andando), pero cada vez que pase por tu cabeza un oso blanco tienes que pararte hasta que elimines de tu cabeza al oso blanco, luego continúa la marcha.

¿Has sido capaz de no pensar en un oso blanco ni una sola vez? ¿Cuánto tiempo has estado parada/o?

(2) Ahora la alternativa. Consiste en hacer exactamente lo mismo, andar por la sala durante uno o dos minutos, pero ahora, cuando aparezca el dichoso oso blanco, acepta que son parte de tus pensamientos, gira la atención hacia tu objetivo y continúa recorriendo distancia. Paradójicamente, los pensamientos (y sufrimiento) aparecen en menor medida cuando tratamos de no eliminarlos (o pensar excesivamente) y dedicamos nuestra energía a lo que nos importa.

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